La vitamina A no solo previene la ceguera nocturna y otros problemas oculares, si no algunos trastornos cutáneos, como el acné. Esta vitamina aumenta la inmunidad, cura las ulceras gastrointestinales, protege contra la polución y el desarrolla de células cancerígenas, y se requiere para preservar y reparar el tejido epitelial, del cual se compone la piel y las membranas mucosas. Es importante para la formación de huesos y los dientes, ayuda a almacenar la grasa y  protege contra los resfriados, la influenza y las infecciones de los riñones, la vejiga, los pulmones y las membranas mucosas. La vitamina A actúa como antioxidante ayudando a proteger las células del cáncer y otras enfermedades, y se necesita para el desarrollo de nuevas células. Además de lo anterior, esta vitamina retarda el proceso de envejecimiento. El organismo no puede utilizar las proteínas cuando no cuenta con vitamina A.

La deficiencia de vitamina A se manifiesta en piel o cabello seco, problemas de crecimiento, sequedad de la conjuntiva y la cornea y/o ceguera nocturna. Otras posibles consecuencias de la falta de vitamina A son los abscesos en los oídos, insomnio, fatiga, dificultades reproductivas, sinusitis, neumonía, resfriados frecuentes y otras infecciones respiratorias.

Tomar grandes cantidades de vitamina A durante largos periodos puede ser toxico para el organismo y, en especial para el hígado. Niveles tóxicos de vitamina A se relacionan con dolor abdominal, amenorrea, aumento del tamaño del hígado y/o del bazo, alteraciones gastrointestinales, perdida del cabello, prurito, dolores articulares, nauseas, vomito, liquido en el cerebro, y pequeñas ulceras y escamas en los labios.

La vitamina A se encuentra en el hígado de los animales, en el aceite de hígado de pescado, y en las frutas y vegetales verdes y amarillos. Entre los alimentos que contiene grandes cantidades de vitamina A están: espárragos, hojas de remolacha, brócoli, melón, zanahoria, ajo, col rizada, papaya, durazno, espinaca, berro, mango, pimientos, perejil y patatas.