Rosácea es una enfermedad crónica de la piel que suele afectar a la frente, la nariz, los pómulos, y el mentón. Grupos de capilares cercanos a la superficie de la piel se dilatan, lo que produce eritema facial, es decir, áreas enrojecidas, con pápulas y, a veces, pústulas que simulan acné. Aunque el enrojecimiento de la piel se presenta de manera intermitente, puede volverse permanente. El tejido cutáneo se hincha, se engruesa y puede volverse anormalmente sensible al tacto.

La inflamación característica de la rosácea se asemeja mucho al acné, pero tiende a ser más crónica y casi nunca hay comedones, o espinillas. La rosácea empieza casi siempre en la mediana edad, o posteriormente. Es una enfermedad bastante común – aproximadamente 1 de cada 20 personas sufren de ella – aunque mucha gente nunca se percata de que la tiene. La rosácea suele iniciarse con enrojecimiento en la cara, particularmente en la nariz y en los pómulos. La causa del enrojecimiento es la hinchazón de los vasos sanguíneos que se encuentran debajo de la piel. Esta “mascara roja” debe servir de advertencia. La rosácea también produce un ardor persistente y una sensación como de cuerpo extraño en los ojos. Además, puede producir inflamación de los parpados.

En casos severos, la visión puede deteriorarse.

La causa o las causas de la rosácea no se comprenden, pero se sabe que algunos factores la agravan, entre ellos el consumo de alcohol, el consumo de líquidos calientes y/o de alimentos condimentados, la exposición al sol, las temperaturas extremas y el uso de cosméticos y productos para la piel que contienen alcohol. El estrés, las deficiencias vitamínicas y las infecciones también pueden incidir en esta enfermedad.

En casos excepcionales, además de afectar a la cara la rosácea afecta a la piel de otras partes del cuerpo. Esta enfermedad no es peligrosa, pero cuando es crónica se vuelve sumamente molesta por motivos estéticos. Cuando no se trata adecuadamente, la rosácea puede llegar a desfigurar el rostro.

Evite las grasas, especialmente las saturadas, y todos los productos de origen animal. Las grasas saturadas promueven la inflamación. Evite además el alcohol, productos lácteos, cafeína, chocolate, huevos, sal y alimentos condimentados. Haga una dieta en la cual predominen los vegetales crudos y los granos, Además de Vitamina A, Complejo B, Vitamina E, Zinc, Cisteína, selenio, Vitamina C y Bioflavonoides.

 

Phyllis A. Balch. (2000). Recetas Nutritivas que curan. New York: AVERY.

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