La vitamina K se requiere para la producción de protrombina, que es necesaria para la coagulación de la sangre. También es esencial para la formación y la reparación de los huesos, y para la síntesis de osteocalcina, la proteína del tejido óseo en la cual se cristaliza el calcio. Por tanto, la vitamina K ayuda a prevenir la osteoporosis.

La vitamina K desempeña un papel importante en el intestino y ayuda a convertir la glucosa en glicógeno para ser almacenado en el hígado, lo que promueve una sana función hepática. En los niños, esta vitamina aumenta la resistencia a las infecciones y ayuda a prevenir el cáncer que ataca el recubrimiento interno de los órganos. Además, la vitamina K propicia la longevidad.

La deficiencia de vitamina K puede ocasionar sangrado anormal y/o sangrado interno.

Hay tres formas de vitamina K: la vitamina K1 (phylloquinone o phytonactone) y la vitamina K2 (una familia de sustancias llamadas menoquinones) son naturales, mientras que la vitamina K3 (menadione) es una sustancia sintética.

La vitamina K se encuentra en algunos alimentos como: esparrago, brócoli, col, coliflor, vegetales hojosos de color verde oscuro, yema de huevo, avena, hígado, trigo. En algunas hierbas como alfalfa, té verde y kelp. Sin embargo, la mayor parte de la vitamina K del organismo es sintetizada por bacterias “amigables” que suelen vivir en el intestino.

 

Phyllis A. Balch. (1997). Vitaminas. En Recetas nutritivas que curan(21-22). New York: Avery.