La característica de la enfermedad de Crohn es la ulceración crónica y persiste de una o varias secciones del tracto digestivo. Esa ulceración afecta a todas las capas de la pared intestinal y a todo el sistema digestivo, desde la boca hasta el ano, así como también a los nódulos linfáticos. Las secciones inflamadas se curan, pero dejan tejido cicatrical que estrecha los conductos. Esta enfermedad no es contagiosa. Su causa es incierta, pero se sabe que haber sufrido alergias alimentarias aumentan el riesgo de contraerla y que, a la inversa, eliminar esas alergias suele aliviar los síntomas. Estudios indican que el daño producido por los radicales libres podría relacionarse con esta enfermedad, al igual que la falta de vitaminas C y E.
Entre los síntomas de la enfermedad de Crohn están diarrea crónica, dolor en las regiones superior e inferior del abdomen, fiebre, dolores de cabeza, problemas de absorción de los nutrientes (y, por tanto, malnutrición), esteatorrea (exceso de grasa en la deposición, que la hace flotar y la vuelve pálida y voluminosa), y perdida de energía, de apetito y de peso. El sangrado crónico puede ocasionar anemia por deficiencia de hierro. Cuando la pared intestinal ulcerada rezuma, se puede presentar peritonitis. Durante la fase activa de la enfermedad son frecuentes las ulceras en la boca y en el ano. Por el dolor, la diarrea, nauseas, vómito y dolores de cabeza a menudo severos las personas que tiene la enfermedad de Crohn puede sentirse temerosa de comer. En algunas ocasiones esta enfermedad se diagnostica equivocadamente como apendicitis porque el dolor que produce se centra en el mismo sitio.
Además de la inflamación y la ulceración, la gente que sufre de la enfermedad de Crohn también puede presentar estrechamiento del intestino, lo cual lo obstruye parcialmente. También puede desarrollar fistulas, es decir, conductos anormales y estrechos que se abren y conducen de un asa del intestino a otra o, incluso, a otros órganos.
La enfermedad de Crohn suele comenzar entre los 14 y los 30 años, aunque cada vez se sabe de más casos de niños con la enfermedad. Los ataques por lo regular se presentan cada pocos meses o cada pocos años. Cuando la enfermedad dura muchos años se puede deteriorar la función intestinal. Y cuando no se trata se puede volver tan grave que constituye una amenaza para la vida del paciente, aparte de que el riesgo de cáncer aumenta hasta 20 veces.
La enfermedad de Crohn se parece a la colitis ulcerativa en muchos aspectos. Ambas producen inapetencia, dolor abdominal, malestar generalizado, pérdida de peso, diarrea y sangrado rectal. La diferencia fundamental entre estas dos enfermedades es el grado de compromiso de la pared del tracto intestinal.
Se ha demostrado que los antioxidantes disminuyen el riesgo de contraer la enfermedad de Crohn. Las paredes intestinales normalmente contienen pequeñas cantidades de las enzimas antioxidantes superoxide dismitase (SOD), catalasa y glutatión peroxidasa, pero su capacidad de combatir a los radicales libres puede verse desbordada en momentos de inflamación activa, lo que se traduce en daño a los tejidos.
Haga una dieta básicamente de vegetales no ácidos, frescos o cocinados, como brócoli, col, zanahoria, apio, espinaca y rábano. Hierva sus alimentos o cocínelos al vapor, a la parrilla o al horno. Pruebe eliminar de su dieta todos los productos lácteos (incluyendo queso), el pescado, las salchichas duras y productos de levadura. Evite el alcohol, la cafeína, bebidas carbonatadas, chocolate, maíz, alimentos fritos o grasosos, carne, alimentos condimentados, tabaco, harina blanca y todos los productos de origen animal, a excepción del pescado de carne blanca y de aguas claras. Estos alimentos irritan el tracto digestivo.
Agregue buenas dosis de B12, vitaminas del grupo B, ácido fólico, Omega 3, Vitamina C, Vitamina K, Zinc, Potasio, Lactobacilos, Calcio y Magnesio, Vitamina A, Vitamina E y Vitamina D.
Phyllis A. Balch. (2000). Recetas nutritivas que curan. New York: Avery.
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